La vida desierta. La vida de cierta...
Pasan los días y el suave viento del desierto, como para tener una justificación cuando vengan los calores tremendos del verano, trae todavía un halo de frescor.
Empieza la vida con la calma chicha posvacacional. Veo a los demás maestros y a los alumnos, con sus mochilones, moverse con lentitud, como si ahora fueran ellos los que cargan la cruz del Cruficicado, después de la semana santa y la semana posterior de vacaciones.
El espectáculo me pone a pensar, o sea, me pone las neuronas (y la neura) en movimiento. Me digo para mi misma -¿para mi miasma?- lo suertuda que estoy siendo, al no depender de la sep, ni de elbaestheres -a pa´jeta demoniaca, la condenada- para hacerla de maestra. De veras que es una suerte estar en el proyecto de promoción de la lectura del conaculta (ya sabemos que pertenece a la sep, pero no es lo mismo que las secundarias y las prepas, por fortuna) y dedicarme a estimular el gusto por la lectura entre la chamaquiza. Lo mejor de todo es que no tengo la presión -como sí la tienen mis colegas del territorio comanche de las secu-prepas- de los padres de ciertos bodoques que están metidos en el narco y se la pasan haciendo sentir su amenazante poder sobre los profesores. Aquí cualquier roce en el callo del narcomenudista -o no tan poquitero, digo- que anda con su camionetota Hummer, que saca de una mansión con su antenota parabólica y toda la cosa puede traerle a uno, a quien sea, consecuencias muy graves.
Pero venía diciendo que no es mi caso. La verdad es que a los jóvenes de este pueblote -que, aguas, tambiés dizque es villa, faltaba más- de Caborca, otrora paraíso de la tranquilidad, el trabajo, la dedicación y la moral católica, la lectura les importa menos que un cacahuate partido por la mitad.
No lo digo para sumirme en la tristeza; en todo caso, lo digo por lo que tiene de tranquilidad, porque los narcojuniors no ven en la ignorancia de lo que yo enseño ningún peligro y chance y hasta se conseguirán por ahí, sin mucha dificultad, el certificado de que estuvieron quesque estudiando con una morrita quesque para apreciar la lectura de literatura.
Así que la vida desierta de cierta promotora cultural en Caborca es una lucha a muerte contra un aburrimiento letal. Más allá de la tele, de algún centro de devedés y de una oferta cinematográfica infame (que también gira, de una u otra forma en torno al narco), me quedan mis eternos amigos los libros y los atractivos del lugar.
El desierto mismo es una chingonería, pero de estoy hablaré en otro post de mi blog. La playa ha sido una de mis salvaciones estos días de adaptación, güeva y depre, pero playas hay en muchas partes y todo mundo las conoce (y si no las ha visto de adeveras se ha metido, con temeridad inusitada, en esas cosas que ha puesto Ebrard para los bañistas frustrados del DF en semana santa), así que no tiene mucho caso hablar de eso. Digo lo de frustrados, porque ya sabemos que en todo defeño hay un acapulqueño vacacionista, al que no siempre se le hace y chin... se tiene que quedar a asolear en la azotea del edificio. Lo que sí me ha parecido fuera de serie son los petroglifos de los antiguos indígenas hohokam; hace un poco más de una semana, fui a ver los que se encuentran en el Cerro de la Proveedora. Son una verdadera maravilla; los que más me gustan son los que tienen motivos de animales diversos, pero hay de muchas clases y todas dignas de verse. No me voy a cansar de hacerles promoción y propaganda. Los petroglifos son la prueba del peso del pasado en la calidad de nuestras vidas. Es verdad que Caborca está marcada por la sombra de Caro Quintero, el Chapo Guzmán y los hermanos Beltrán Leyva, pero más allá de esas lacras y su dinero fácil corrupto y corruptor, están las raíces y la gente capaz de apreciarlas y vivir la vida como viene, sin dejarse llevar por el espejismo del dinero sucio.
De ahí en fuera, como digo, está la vida desierta de cierta promotora de la lectura y la narración oral -o sea, esta meritita yo- que encuentra en Caborca una comida muy simplona, aunque de cuando en cuando hay la posibilidad de darse una escapadita por opciones como la comida china por ejemplo, entre los pocos ejemplos posibles. Pero también están los ostiones de por esta costa nada pacífica del Pacífico y está el vino bastante pasable de estas tierras kinianas; conste que lo dejo bien claro y conste también que de cuando en cuando me riego a mí misma meritita con buenas dosis de blanco, que para algo es la vida breve, como nos enseñan los clásicos.
Una colega me dijo que para escribir en la prensa local y ampliar así nuestro trabajo de promotoras, con el complemento del artículo, la reproducción de textos y bla, bla, bla. La verdad es que hay que pensarlo muchas, muchas veces, nada más hojear y ojear las páginas del Sol de Caborca, El Imparcial (uno más ¿sabe alguien cuántos periódicos se llaman imparcial en este irrepetible país nuestro), El Diario del Desierto y el etcétera de siempre. El verdadero diario de aquí es El Diario de la Güeva y a ese de seguro que le entro, asegún como me paguen la colaboración.
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