viernes, 11 de julio de 2008

CORAZÓN FANTASMA


Me acurruco en la cama sobre mi costado izquierdo, como llamada por un tenue rayo del alba, en medio del silencio. Me acurruco (qué verbo tan extraño, acurrucarse, y sin embargo, tan evocador, tan alfombra voladora hacia las ternezas de la que fui y la niña que no se me va, que no quiere irse / qué palabra tan tersa esa de terneza, tan itálica, tan dolceza de la ternura / ahora que me traslado a lo fetal por la izquierda, como buscando un calor ido con los brazos como alas de Madre, ahora tan cercana en la lejanía, tan lejana en la cercanía).

Me acurruco, digo, que es como decir que me abrazo a mí misma y me siento a mí misma en la existencia de mis senos tersos y un poco tensos, vivaces, mordaces / en la inocencia de un sueño alucinado en la trastienda de unos párpados serenos, anhelantes siempre de luz / una luz venga de donde venga, del alba o del sol dominante en el ojo azul del día / luz entrando furtiva contrapiramidal antifunesta, brillando como metal matasombras, espada mensajera del relámpago.

Me acurruco, vengo diciendo, que es verterme entera hacia adentro, mientras las púas del erizo (pero debo decir eriza: señorita espinosa, hable por lo menos con propiedad, con corrección / con todas las erres y las ces de la corrección eriza) se enfundan de invisible / por si acaso y un milagro y se decide un buen erizo / no vaya a ser que se dé cuenta que soy de veras eriza y se acuerde de todo aquello ya vivido pero siempre en ciernes, o sea, siempre listo para volver a vivir / todo aquello, digo, de buscarnos para sacudirnos el frío / & acercarnos & mientras más nos acercamos & nos buscamos & nos olemos & nos cogemos & más púas tuyas quedan en mí con todo su frío atmosférico & más púas mías se clavan & quedan en ti con todo su frío abismal.

Me acurruco, pues, trato de decir, y me escucho y me exploro / venas adentro / noche transocular adentro / alas de Madre como brazos abriéndome campo en un aire turbio & me escucho lejos / leeejos / de veras muuuuy leeeeeeeeeejos / como luz viniendo de una estrella / como luz viniéndose en una estrella & pierde la cabeza en el estallido de astros que es lo que lleva al abandono de las ondas / aunque a un lado y otro del cristal el alba me busca y me atraviesa / pero por dentro lo que me oigo / lo que me dice se aferra a la lejanía.

Me abrazo a mi propio calor
Me abraso en mi propio calor

& salta una liebre de fuego & incita una persecución / una pesca / el mecanismo de un hilo de las tripas de Ariadna / en su tic en su tac / navegando por la sangre silenciosa portando a flote todos los tics todos los tacs & en esas ando & ando / levedad de las manos irradiando anzuelos invisibles / las garras de un águila cósmica merodeando el puño suave de corazón / la cuajazón de sangre / el cuajarón de plasma / de carne coronaria / de bolapluma a vuelapluma con su sístole & diástole / mientras Ariadna me observa & me avienta sus alas como de Madre hasta que atravieso el territorio de los umbrales & vuelvo y me abrazo a mi propio calor & me abraso en mi propio calor / lo que quiere decir que ya es la hora / alguna hora / que siempre es la maldita hora / pero no para el pez corazón con todo y anzuelos mordidos y tragados / que con todo y tripas de Ariadna vuelve a lo lejos / se evade / se escurre.

Nunca he de coger ese fantasma (búrlate lo que quieras, Faetón)

El mundo iluminado y yo despierta.



DE PRESTADO

“La voluptuosidad” (fragmento), capítulo de El libro de Monelle de Marcel Schwob

Entonces tú miras la llave. ¿Tenía una mancha, no es así?
–Sí. Una mancha de sangre
–Ya me acuerdo. La froté mucho pero no pude quitarla. Era la sangre de las seis mujeres, ¿no?
–De las seis mujeres.
–Las había matado a todas porque entraban en esa pequeña cámara, ¿verdad? ¿Cómo las mataba? ¿Les cortaba la cabeza y luego las colgaba en el gabinete oscuro? ¿Y la sangre les corría por los pies hasta llegar al piso? Era sangre muy roja, color rojo oscuro, no como la sangre de las adormideras cuando yo las estrujo. Una tiene que ponerse de rodillas para que la degüellen, ¿no es así?
–Creo que hay que ponerse de rodillas –respondió él.
–Va a ser muy divertido –dijo la niña–. ¿Pero me cortarás la cabeza como si fuera de veras?
–Sí; pero Barba Azul no pudo a matar a su esposa.
–Eso no tiene nada que ver. ¿Pero por qué no le pudo cortar la cabeza?
–Porque llegaron los hermanos de ella.
–Ella tenía miedo, ¿verdad?
–Mucho miedo.
–¿Gritaba?
–Llamaba a su hermana Ana
–Yo no habría gritado.
–Sí –respondió él–; pero en esa forma Barba Azul habría tenido tiempo de matarte. La hermana Ana estaba en la torre, observando cómo verdeaba la hierba. Sus hermanos, que eran mosqueteros muy fuertes, llegaron a todo galope en sus caballos.
–No quiero jugar así –protestó la niña–. Me fastidia, puesto que no tengo ninguna hermana Ana. Luego, volviéndose hacia él, le dijo:
–Ya que mis hermanos no vendrán, tendrás que matarme, mi pequeño Barba Azul; matarme muy fuerte, muy fuerte.
Se puso de rodillas. El asió sus cabellos, los llevó hacia delante y levantó la mano.
Lentamente, con los ojos cerrados y las pestañas temblorosas, las comisuras de los labios agitadas por una sonrisa nerviosa, la niña ofreció voluptuosamente el vello de su nuca, su cuello y sus hombros al filo cruel del sable de Barba Azul.


LOBO:

AHORA LA QUE NO ESTÁ

AHIIIIIIII

SOY YO